Podium
En el cabecero de la cama que vigilaba el sueño de María Estuardo durante su larguísimo arresto domiciliario, María mandó pintar un retrato suyo “arrodillada ante la cruz y su corona y su cetro a sus pies y sus manos al cielo” y, sobre él, el lema “Angustiae Undique”. Que María decidiera recordar, cada día al amanecer, que su vida nunca había dejado de ser una odisea espinosa en la que solo había “PROBLEMAS POR TODAS PARTES” nos parece, sinceramente, lo mínimo. Animadas por la primorosa fanfiction operística que se estrena el 14 de diciembre en el Teatro Real de Madrid, en este episodio elucubramos, de la mano del compositor Gaetano Donizetti y del director de ópera David McVicar, sobre la enemistad femenina más icónica de la historia. Ni Kim Catrall y Sarah Jessica Parker, ni Joan Crawford y Bette Davis, ni Paris Hilton y Lindsay Lohan: Isabel I de Inglaterra y María Estuardo. Acompañadnos, amigas, por este reguero de posesiones inalienables, carísimos regalos, Pimpinelas belcantistas, la bochornosa condescendencia de los cronistas de nuestros siglos más favoritos, jovencitos perfecta y angelicalmente homosexuales, calvinistas mohosos y unos enternecedores gorros de dormir. Si queréis saber qué escritor del siglo XX tuvo el descaro de usar el sintagma “pelea entre gatas” para desmenuzar el conflicto más sonado del siglo XVI, dadle corriendo a play.
Alicaídas y melancólicas por sabernos ante la grabación del último episodio de la temporada, pero consoladas por los arrumacos aterciopelados del Museo del Romanticismo, por el gozoso y talentosísimo acompañamiento de Lucía Amor y por el aliento desmedido de un público espectacular, en “Cursilería, pequeñeces y llagas: Sor Patrocinio” nos atrevemos a ofreceros la mayor travesura anacrónica que jamás haya ejecutado este podcast. Cautivadas por el reclamo táctil y primoroso de la exposición “Cosas tenidas por pequeñeces”, en este episodio, y sin que sirva de precedente, abandonamos el cobijo portátil que entre todas hemos levantado con esmero y minuciosidad sobre las reliquias de El Escorial, los tapices de las Descalzas Reales, las sandalias mugrientas de Santa Teresa, la grandísima repugnancia de María de San José, las bilociones de María Jesús de Ágreda y tantas alegrías barrocas más para aventurarnos, temerosas, por sillerías isabelinas, fanales polvorientos, cenotafios de pelo, estuches acolchados, dioramas, y todo un lexicón decimonónico radicalmente nuevo en este rinconcito terapéutico nuestro. Bienvenidas, amigas, a nuestro episodio más romántico hasta la fecha: de miniaturas concepcionistas al epicentro del star system conventual del siglo XIX, un recorrido repleto de ensoñaciones, labores de manos, llagas fingidas, atentados fallidos, destierros, engatusamiento epistolares y mucha cursilería. Si no puedes vivir ni un segundo más sin saber con quién estaríamos dispuestas a intercambiar nuestra ropa interior, dale a play.
Acogidas en los dulcísimos brazos de Sara Torres, en este episodio peregrinamos hasta La Térmica de Málaga, para explorar la erótica del sacrificio: coqueteamos con la sobrecarga testosterónica de los relatos martirológicos y nos adentramos en los martirios de Nagasaki de 1597 para enseguida dejar atrás la épica imperialista de la cultura maritial de nuestros siglos más favoritos y explorar, de la mano de Luisa de Carvajal y Mendoza, el reverso lento, dulce y hasta erótico del martirio. “Muy seca y huraña con mi contrario sexo” desde la infancia, pero con una aversión inquebrantable hacia la clausura, esta pija nacida en Cáceres en 1566 hizo voto de martirio en 1598 y, decidida a “hacer rostro a todo género de muerte, tormentos y riguridad, sin volver las espaldas en ningún modo, ni rehusarlo por ninguna vía”, optó por el suplicio más transepocal que ha existido, existe y existirá jamás: una mudanza a Londres. Bienvenidas, amigas, a esta experiencia inmersiva en el erasmus martirológico de Luisa de Carvajal: alteraciones del orden público, prácticas carroñeras de recolección de reliquias, triquiñuelas diplomáticas, penitencias sensuales, cultivo epistolar de la amistad y mucha, muchísimas fobia a los protestantes mohosos. Si no puedes vivir ni un segundo más sin alarmarte con el precio desorbitado del pan de centeno en Londres en 1605 ni consigues conciliar el sueño sin aprenderte el método de etiquetado de reliquias en la morgue mal gestionada que fue la casa de Luisa de Carvajal, dale corriendo a play.
Después de repasar la cronología de la apertura del sepulcro de Santa Teresa, los matices cromáticos de su paladar y la luminosidad de su cutis para atender a vuestras plegarias, decidimos embarcarnos en una tarea verdaderamente diabólica. Cautelosas de no ahogarnos en un lodazal de nostalgia, nos asomamos tímidamente a nuestro primer episodio: aquel “monjas endemoniadas” en el que, con vocecillas de arcangelotes y mucha pobreza técnica, recorríamos algunos de los highlights de la posesión conventual barroca. Cinco años después volvemos para contaros todo lo que no os revelamos sobre la mayor red flag conventual del siglo XVII: el convento de benedictinas de San Plácido de Madrid. Un casting de monjas que hubiera hecho saltar las alarmas del más explosivo de los realities y un confesor decidido a instrumentalizar los discursos demonológicos para arropar una noción abusiva y torticera del poliamor, convirtieron San Plácido en un caldo de cultivo para todo tipo de “bravuras” diabólicas. Pero detrás de las mil fechorías de Capitán, Serpiente Circuladora, Peregrino el Grande y los muchos otros demonios que invadieron San Plácido, os descubrimos las entretelas del #metoo definitivo de nuestros siglos más favoritos. Si te urge saber por qué Serpiente Circuladora era el demonio más multitasking y workaholic del barroco, si no puedes vivir ni un segundo más sin saber quién se alimentaba de los “bocados mordidos” de fray Francisco García Calderón y si necesitas que la priora de San Plácido te regale su how-to conventual de cómo salir airosa hasta de los atolladeros inquisitoriales más escabrosos, dale corriendo a play.