Podium
Rodeadas por un muestrario abrillantado de Kens jesuitas y por dos Santa Teresas con coloretillos bien encendidos, en este episodio cumplimos el sueño de toda chica obsesionada con nuestros siglos más favoritos: grabar arropadas por el sosiego que solo puede darte un retablo barroco. En directo desde la Igrexa da Compañía de Santiago de Compostela, os invitamos a recorrer con nosotras los espacios más gentrificados del infierno, el fuego y el azufre más manoseados por predicadores y teólogos, un inframundo tantas veces cartografiado que se parece más a tus noches de insomnio sin orfidal que al espeluznante castigo eterno. Por suerte, desde la cama de Santa Liudivina hasta el Tratado del Infierno de Francesca Romana pasando, por supuesto, por el infierno mainstream que cinceló nuestra querida Santa Teresa, conseguimos convertir este paseo por el infierno en el cofre regalo con el que fantasea toda aventurera enclaustrada. Si no puedes vivir ni un segundo más sin saber cuánto pensaba Galileo que medía exactamente el brazo de Lucifer, si la vida se te hace imposible de sobrellevar sin sumergirte en la experiencia infernal 4D de los Ejercicios espirituales de San Ignacio, dale corriendo a play. Gracias infinitas al Área de Cultura de la Universidad de Santiago de Compostela por invitarnos y a Blackie Books por su Divina Comedia liberada.
Alicaídas y melancólicas por sabernos ante la grabación del último episodio de la temporada, pero consoladas por los arrumacos aterciopelados del Museo del Romanticismo, por el gozoso y talentosísimo acompañamiento de Lucía Amor y por el aliento desmedido de un público espectacular, en “Cursilería, pequeñeces y llagas: Sor Patrocinio” nos atrevemos a ofreceros la mayor travesura anacrónica que jamás haya ejecutado este podcast. Cautivadas por el reclamo táctil y primoroso de la exposición “Cosas tenidas por pequeñeces”, en este episodio, y sin que sirva de precedente, abandonamos el cobijo portátil que entre todas hemos levantado con esmero y minuciosidad sobre las reliquias de El Escorial, los tapices de las Descalzas Reales, las sandalias mugrientas de Santa Teresa, la grandísima repugnancia de María de San José, las bilociones de María Jesús de Ágreda y tantas alegrías barrocas más para aventurarnos, temerosas, por sillerías isabelinas, fanales polvorientos, cenotafios de pelo, estuches acolchados, dioramas, y todo un lexicón decimonónico radicalmente nuevo en este rinconcito terapéutico nuestro. Bienvenidas, amigas, a nuestro episodio más romántico hasta la fecha: de miniaturas concepcionistas al epicentro del star system conventual del siglo XIX, un recorrido repleto de ensoñaciones, labores de manos, llagas fingidas, atentados fallidos, destierros, engatusamiento epistolares y mucha cursilería. Si no puedes vivir ni un segundo más sin saber con quién estaríamos dispuestas a intercambiar nuestra ropa interior, dale a play.
Acogidas en los dulcísimos brazos de Sara Torres, en este episodio peregrinamos hasta La Térmica de Málaga, para explorar la erótica del sacrificio: coqueteamos con la sobrecarga testosterónica de los relatos martirológicos y nos adentramos en los martirios de Nagasaki de 1597 para enseguida dejar atrás la épica imperialista de la cultura maritial de nuestros siglos más favoritos y explorar, de la mano de Luisa de Carvajal y Mendoza, el reverso lento, dulce y hasta erótico del martirio. “Muy seca y huraña con mi contrario sexo” desde la infancia, pero con una aversión inquebrantable hacia la clausura, esta pija nacida en Cáceres en 1566 hizo voto de martirio en 1598 y, decidida a “hacer rostro a todo género de muerte, tormentos y riguridad, sin volver las espaldas en ningún modo, ni rehusarlo por ninguna vía”, optó por el suplicio más transepocal que ha existido, existe y existirá jamás: una mudanza a Londres. Bienvenidas, amigas, a esta experiencia inmersiva en el erasmus martirológico de Luisa de Carvajal: alteraciones del orden público, prácticas carroñeras de recolección de reliquias, triquiñuelas diplomáticas, penitencias sensuales, cultivo epistolar de la amistad y mucha, muchísimas fobia a los protestantes mohosos. Si no puedes vivir ni un segundo más sin alarmarte con el precio desorbitado del pan de centeno en Londres en 1605 ni consigues conciliar el sueño sin aprenderte el método de etiquetado de reliquias en la morgue mal gestionada que fue la casa de Luisa de Carvajal, dale corriendo a play.
Después de repasar la cronología de la apertura del sepulcro de Santa Teresa, los matices cromáticos de su paladar y la luminosidad de su cutis para atender a vuestras plegarias, decidimos embarcarnos en una tarea verdaderamente diabólica. Cautelosas de no ahogarnos en un lodazal de nostalgia, nos asomamos tímidamente a nuestro primer episodio: aquel “monjas endemoniadas” en el que, con vocecillas de arcangelotes y mucha pobreza técnica, recorríamos algunos de los highlights de la posesión conventual barroca. Cinco años después volvemos para contaros todo lo que no os revelamos sobre la mayor red flag conventual del siglo XVII: el convento de benedictinas de San Plácido de Madrid. Un casting de monjas que hubiera hecho saltar las alarmas del más explosivo de los realities y un confesor decidido a instrumentalizar los discursos demonológicos para arropar una noción abusiva y torticera del poliamor, convirtieron San Plácido en un caldo de cultivo para todo tipo de “bravuras” diabólicas. Pero detrás de las mil fechorías de Capitán, Serpiente Circuladora, Peregrino el Grande y los muchos otros demonios que invadieron San Plácido, os descubrimos las entretelas del #metoo definitivo de nuestros siglos más favoritos. Si te urge saber por qué Serpiente Circuladora era el demonio más multitasking y workaholic del barroco, si no puedes vivir ni un segundo más sin saber quién se alimentaba de los “bocados mordidos” de fray Francisco García Calderón y si necesitas que la priora de San Plácido te regale su how-to conventual de cómo salir airosa hasta de los atolladeros inquisitoriales más escabrosos, dale corriendo a play.