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Ochenta muertos un día, cien al siguiente, después veinte, luego cincuenta, sesenta, quince, cien otra vez, hasta que el exterminio sea una forma más de alimentar esta obsesión por contarlo todo que nos ha entrado: los pasos que damos, las horas que dormimos, las series que vemos. Lo peor va a ser cuando acaben con todos y vacíen Gaza. A quién van a matar después. Qué van contar, a qué van a jugar.
Es una vieja tradición en nuestro país echarle a la oposición las culpas sobre el estado del país. Ocurrió con Zapatero como ocurrió con Aznar y vuelve a ocurrir ahora. Para la izquierda, Feijóo no colabora, no tiene sentido de Estado, no entiende la complejidad de España. No es ese centrista europeo y moderado con el que alguna vez soñaron. Para cierta derecha, Feijóo, por el contrario, mansea y pastelea, carece de estrategia y falla en la táctica. Y para colmo, no les ganó, allá en el 23, las elecciones.
En una palabra, la política, como expresión de la soberanía popular, es la que ha decidido la amnistía, lo que para nada significa una intromisión ilegítima en la acción de los tribunales. De hecho, como sostiene la sentencia, el Parlamento no reemplaza a los jueces, sino que por motivos extra jurídicos adopta una determinada decisión, ya que las leyes de amnistía ni juzgan, ni ejecutan lo juzgado.
Joaquín Estefanía reflexiona sobre las deportaciones de migrantes en Estados Unidos