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Fernando Grande-Marlaska ha vuelto a crear un incendio absolutamente innecesario. Un fuego que cualquiera podía haber anticipado cómo prendería entre el socio de gobierno y en toda la izquierda del PSOE. Y conste que si se hubiera explicado desde el principio, parece que vamos a perder el dinero de esas balas y vamos a perder el dinero del contrato, el escándalo político probablemente habría sido distinto.
Ochenta muertos un día, cien al siguiente, después veinte, luego cincuenta, sesenta, quince, cien otra vez, hasta que el exterminio sea una forma más de alimentar esta obsesión por contarlo todo que nos ha entrado: los pasos que damos, las horas que dormimos, las series que vemos. Lo peor va a ser cuando acaben con todos y vacíen Gaza. A quién van a matar después. Qué van contar, a qué van a jugar.
Hace poco me pregunté, en un texto, si las generaciones futuras contemplarán el vínculo entre humanos y animales de estos años como contemplamos ahora la esclavitud o la idea de razas inferiores y superiores: con espanto
Que vayan a la máquina del café, arreglen lo suyo y dejen de torturarnos. Por favor.