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Se llama pareidolia al hecho de percibir rasgos humanos en objetos inanimados, como el grifo del baño o el enchufe de la pared. Yo con Elon Musk tengo pareidolia inversa: en su cara no percibo nada que me resulte humano. Lo veo bailar en los mítines de Trump, zangolotino, descoyuntado, con menos gracia que un pingüino borracho, y me pregunto: ¿de verdad no hay nadie a su lado que se atreva a decirle estate quieto?
Xavier Vidal-Folch reflexiona sobre los últimos compases de la campaña electoral en Estados Unidos
Vamos a vivir sin acostumbrarnos a la palabra desolación mientras sucede la violencia sexual y repetimos palabras como novia, víctima, padre, madre, explicar… y mientras hay quien se dedica a hacer negocio con el mal ajeno. Vamos a vivir mientras los norteamericanos deciden entre Donald Trump y Kamala Harris, Israel continúa su matanza de palestinos y las palabras asilo o irregular se cuelgan en la espalda de las la política europea.
Pero lo hace gracias a las mujeres. Y es que a las organizaciones políticas les cuesta exigir a los suyos comportamientos ejemplares también en su vida privada. Que un presunto agresor sexual no ocupe puestos de responsabilidad cuando se conocen sus prácticas violentas con las mujeres no merece reconocimiento. Lo meritorio está en impedir que quien ya reconoce problemas graves de salud acceda a responsabilidades políticas.